YO Y PARÍS

"Pueblo cerrado, bolsillo abierto"

Erase una vez un grupo de veintiséis jóvenes y cuatro no tan jóvenes que pondrían rumbo a la ciudad del amor, París. Para algunos era la primera vez que se montaban en un avión, otros ni siquiera sabían un día antes si acabarían cogiendo ese avión, aunque finalmente así sería. Todo comenzó a altas horas de la madrugada, cuando entre legañas y bostezos se despedían de sus familiares. Tras llegar al aeropuerto, el viaje transcurrió de la mejor manera posible, ya que al parecer no había atasco en el aire y el avión pudo llegar antes de lo previsto. Una vez allí, fuimos conscientes del frío y la niebla parisina que convertían a la ciudad gala en un perfecto escenario para rodar una película de suspense. Antes de llegar al hotel, esperaba la Torre Eiffel. Allí tuvo lugar el primer "bolsillo abierto", es decir, gitanas tratando de captar adeptos para una ficticia asociación de ciego, mientras otra gitana te dejaba "ciego", pero en este caso de dinero, ya que mientras firmabas o les prestabas atención, trataban de robarte todo aquello que pudieran. Pasada la mañana, la tarde iba a dar lugar al segundo "bolsillo abierto", aunque en este caso eras tú el que lo provocabas. Abrías ese bolsillo para arrojar billetes a cambio de míseros trozos de tela que sólo por llevar impresos en ella palabras como Nike, Adidas o GAP se convertían en bienes muy preciados. Para acabar el día, el Arco del Triunfo nos presentaba una vista privilegiada hacia una Torre Eiffel iluminada. Todo ello, después de dos días que para muchos se habían convertido en uno, ya que no habían dormido durante el viaje. 
Tras haber probado una cama parisina, el segundo día parecía presentarse con más energía aún. Conseguimos llegar a tiempo a nuestra cita con los cuerpos de Santa Luisa de Marillac y San Vicente de Paúl, visita obligada tratándose de alumnos paules. De la manera más educada posible, rompimos dicha cita para dirigirnos a Notre Damne, una iglesia que creo que de no ser por la película Disney, ninguno conoceríamos. Subir Notre Damme nos hizo ver una panorámica de París, acompañada por unos seres extraños llamados gárgolas. Al final del día, nos decepcionamos al ver que ningún jugador del PSG había acudido a nuestra cita en su propio estadio. 
Al día siguiente, por suerte para todos,comenzaría más tarde, aunque no por ello, no habría visita.  La primera sería Versalles, el lugar ideal para cualquier gitan@ miembro de la "asociación de ciegos", ya que precisamente el oro no brillaba por su ausencia. Una vez dentro del palacio de Versalles, las habitaciones, igual de doradas o más que los exteriores, daban que dudar en cuanto al método que utilizarían reyes y nobles para escalar y llegar a la cima de la cama. A pesar de todo, no era oro todo lo que relucía. Un jardín, enorme cuanto menos, que junto con estatuas y lagos, hacía fácil el recorrido del laberinto del País de las Maravillas, ya que este último nos parecería, más tarde en Disney, mucho más sencillo y menos extenso. Habiendo visitado Versalles, el próximo destino era religioso pero amoroso. En las faldas del Sagrado Corazón, las escaleras se convertían en espectadores gratuitos de actuaciones musicales, en las que, tanto músicos como cantantes, buscaban el aplauso, unido a una aportación económica a su espectáculo que tenía como escenario el mejor que un artista podría tener, la calle. A pocos pasos, se encontraba el Moulange Rouge, a quienes algunos, de manera fina, denominan arte. Un molino rojo rodeado de tiendas que ofrecían a aquel que se acercara una serie de juguetes que no son muy recomendables para aquello que sean escépticos a experimentar emociones fuertes. El día acabaría de la manera menos parisina posible. Comiendo pizza en un restaurante italiano mientras se veía el clásico Barça-Madrid. 
Último día en París y el metro continúa siendo gratis por políticas anti-contaminantes, favoreciendo el uso del transporte público en oposición al transporte privado. El estar de vacaciones te hace perder la noción del tiempo, aunque la entrada en el metro hacía ver que era lunes, ya que predominaba la tristeza y las ojeras en los viandantes. Al salir del metro, nos topamos con uno de los últimos monumentos por visitar. Una pirámide acristalada y moderna que contrastaba con los cuadros y estatuas prehistóricas que se encontraban dentro de ella. Entre pintura y pintura, tendría lugar otra de las citas. Una dama se asentaba, de manera impaciente, esperando ser fotografiada. Su amante, su compañero, o quién sabe qué, Da Vinci, se tuvo que ausentar, por lo que solo sería Lisa, Mona Lisa, quien acudiera a la cita. La tarde sería diferente, ya que un lunes a las cuatro de la tarde no nos encontrábamos apoltronados en el sofá, sino subiendo un ascensor que nos llevaría al cielo, digo a la segunda planta de la Torre Eiffel. Una vez más, la panorámica parisina nos dejaba anonadado, impresionado y cualquier otro adjetivo positivo que termine en -ado. Como la Torre Eiffel parecía ser poco, nos vimos obligados a embarcar en un turístico viaje por el Guadalquivir parisino, o también conocido como Sena. Un recorrido que compartiríamos con el prototipo de turista, chino fotografiando todo aquello que se cruzará por su paso. Antes de pasar la última noche en el hotel, tendría lugar el tercer "bolsillo abierto", de carácter solidario. Una chica, de apariencia treinteañera, pedía dinero para comer porque no tenía trabajo. Hasta ahí, puede que sea el testimonio de muchos que, por desgracia, se ven obligados a mendigar en el metro. Éste era diferente, era española y cuando nos reconoció, dijo literalmente: "Una pena que una española le tenga que pedir a unos españoles que están de viajes." Esto me hizo recordar a mis padres, quienes, a pesar de su melancolía por estar lejos de mí, estaban alegres porque estaba de viaje, de ocio. En cambio, los padres de esta española estarían felices pensando que su hija estaba triunfando en París, ya que no creo que le agradase acabar con la felicidad de sus padres diciéndoles que estaba mendigando por el metro de París. Todo esto había acabado, no el viaje, sino París. Era un punto y seguido que continuaría con Disney como próximo destino. 
El ambiente era un tanto agridulce al comenzar el día. La cita con Mickey nos esperaba, pero ya había llegado a su fin nuestra andadura por París. Conseguimos salir a duras penas del hotel que nos acogía en las afueras de París. Creo que no aconsejaría ni a mi peor enemigo pasar una noche, como poco, en el hotel Campanille. Los hoteles, al estar llevados por humanos, tienen sus fallos aunque no entender idiomas tan hablados como el inglés o el español o presentar al mêtre como el supuesto director del hotel son motivos que deberían hacer desaparecer la "H" y las tres estrellas de dicho edificio. A pesar de estas imperfecciones, el culmen de la mañana fue la no devolución de la fianza pagada por todos los hospedados que dio lugar al cuarto "bolsillo abierto". En este caso, con acento parisino, ya que puede que los recepcionistas estén disfrutando de lujos a costa de nuestro dinero, 600 euros que fueron robados. Sin embargo, no podría este suceso acabar con las ilusiones de visitar Disney. A diferencia del anterior, el Chayanne, el hotel donde nos hospedaríamos la ultima noche, presentaba un ambiente familiar, cálido. Todo ello unido al hecho de que no existía fianza alguna. Sin tiempo para visitar las habitaciones, nos fuimos a Disneyland acompañado por una tímida lluvia. Una vez allí, volvimos a ser niños. Sonriendo por cualquier detalle que nos ofrecía el parque. Reinaban gritos al ver a sus personajes Disney favoritos y al estar a unos cuantos metros de altura en las montañas rusas. La balanza acabó dando la razón a la felicidad. Un día que había comenzado de la peor manera posible, acabaría dando un giro de 180º, con una guinda al pastel en forma de fuegos artificiales a los pies del castillo de Cenicienta. 
Por desgracia, todo lo bueno acaba. Llegábamos ya a la meta de una carrera que no había hecho más que darnos alegría tras alegría, disfrutando de cada segundo como si fuera el último. Aunque fuese el último, Mickey quería volver a repetir la cita. Disfrutes de última hora que se traducían en atracciones que estaban todavía por ser probadas y regalos que quedaban por comprar. La escena era la misma que la del primer día, veintiséis jóvenes y cuatro adultos, que durante este viaje se habían hecho un poco más jóvenes para disfrutar junto con nosotros de París, sujetaban maletas, un tanto diferentes a las de la ida. Más llenas todavía, pero no sólo de regalos, sino de recuerdos. Cada uno había metido en su maleta un recuerdo diferente, ver la Torre Eiffel, comprar en tiendas lujosas de París, probar los famosos macarons, o hacerse una foto con Mickey. Pero todos ellos habían coincidido en meter un recuerdo, haber disfrutado de nuestro viaje a París.

"¡Bon voyage!"



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SOBRE EL AUTOR

Este mundo de hoy va demasiado deprisa: quieren conocerme cuando no lo he hecho ni yo todavía.

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